lunes, 1 de noviembre de 2010

Epistolario I


Te escribo porque me han dicho que estás sólo, que batallas tu soledad a fuerza de vasos y botellas. Y yo puedo imaginar como en tu pieza de pensión suena Bach y se acumula el humo del cigarrillo, que estás distante y que algo mantiene tus ojos en la lejanía del tiempo. Déjame decirte que en este determinado espacio de tiempo en el que te ha tocado poblar el mundo, has de sentirte muchas veces más sólo rodeado de hombres que recostado en tu cama, sin más compañía que los poemas que recorren tu cabeza y el sonido que produce la cíclica marcha de la aguja en la peregrinación interminable del reloj. Casi adivino como tus noches se hacen infinitas, como los sueños te acechan una y otra vez, y la misma pesadilla recurrente tiene cita a las tres. Léeme bien: ¡Aléjate de los cuchillos! abre bien los ojos, pues en tu soledad serás capaz de descubrir verdades flagrantes, así como infinitas mentiras. No seas mediocre y creas que estás solo porque eres superior, más autosuficiente o más capaz, descree de los halagos, aunque sean justos y acertados, son los laureles de los necios. Acepta tus tristezas y tus miserias como gozas tus triunfos y abrazas tus alegrías. Aférrate a la vida como el sol baña los días, certero y preciso más no agobiante y siempre conciente de que ha de perderse en el horizonte. Inclínate ante las cosas bellas, no cedas a lo que otros llaman imposibles, no desoigas el llanto de los hombres, no vuelvas la vista atrás ni vivas el día de hoy cómo el de ayer. Pero por sobre todas las cosas, no aborrezcas las espinas de las rosas, tómalas, pínchate y reflexiona. En ese momento sabrás sí ha valido la pena el viaje que hace un tiempo me dijiste que habías decidido emprender.